lunes, 15 de julio de 2013

Los Yoyo



 
Una noche, hace casi 30 años, mi novia me acomodaba en una habitación de su casa, cuando, a mi pedido de alguna iluminación que me permitiera leer antes de dormir, abrió una puerta del closet situado junto a la cama y encendió la luz interior del mismo…
-         ¡Oye, esos son los Yoyo! –exclamé con sorpresa luego de que mi curiosa mirada descubriera las famosas marionetas de la televisión cubana allí, tranquilas y silenciosas, como descansando después de la última actuación.
Entonces, como si nada, mi novia me contó que sí, que eran Los Yoyo, que su papá los había construido, que su mamá les hacía las ropas…
-         Mi hermano les dice “hermanitos de madera” –me dijo cuando ya yo no la escuchaba porque toda la atención se me gastaba en los simpáticos músicos.


Les tocaba, con mucho cuidado, el pelo, las caras; descubría cómo se movía el pedacito de labio que luego nos hacía creer, a aquellos niños que fuimos, que los “tipos” cantaban de verdad.
Creo que aún volví, entre sorprendido y medio tonto, a decirle que “aquellos eran los Yoyo”, como si ella no lo supiera…
Al día siguiente le di los buenos días a mis suegros con un orgullo tremendo y en lo adelante Gastón Joya se me comenzó a confundir con el gran Geppetto de Collodi.



30 años después, cuando llego de visita a “mi” casa de mis suegros, allá en Santa María del Rosario, siempre les echo una mirada de gusto a mis “cuñados de madera”. Cuando andan por alguna exposición lo noto enseguida y pregunto por ellos. Cuando en la visita me acompaña alguien extra-familiar, disfruto mucho la sorpresa feliz que se lleva al yo presentárselos.
Siempre exclaman como yo aquella vez: ¡Los Yoyo!
Y quizás digan ellos, (Los Yoyo): “Ahí está otra vez el socio que aquella noche, por culpa de nosotros, no le hizo caso a la novia”.