sábado, 21 de noviembre de 2015

Dos llamadas telefónicas

DOS LLAMADAS TELEFÓNICAS

Casi al final de aquellos inolvidablemente cubanos años 90 un gran amigo, un hermano, nos llevó hasta la Málaga española del flamenco y de Picasso. Por allá andábamos pues en agosto o septiembre del 98 con nuestra guitarra, cantando y descubriendo la entrañable madre patria, cuando una llamada telefónica local irrumpió en la tranquilidad de un mediodía:

___ ¡Fulano, soy fulana! –dijo una voz femenina notablemente nerviosa.

Un par de segundos demoré en reconocer y conciliar el nombre con la persona que, ya entre desesperados sollozos, logró darme la dirección donde se encontraba.

Verdaderamente estábamos casi sobre aviso. Porque días antes habíamos visitado la singular oficina de contrataciones de un “simpático” personajillo cincuentón, con ínfulas de representante de artistas, que al saber de qué ciudad cubana procedíamos se infló cual sapo fatuo para anunciarnos que en próximos días traería contratada a una famosa cantante coterránea nuestra:

___ Se llama Fulana, es de esa ciudad que dicen ser ustedes y la traigo contratada para hacer varios conciertos por acá –dijo siempre petulante.

Y, en honor a la verdad, en el nombre y la procedencia no mentía, pero en lo demás sí, en lo de traerla a hacer varios conciertos…

Porque aquel mediodía, luego de dirigirnos con toda la rapidez posible hasta el punto de la ciudad donde decía estar Fulana, de llegar a ella y fundirnos en un abrazo auxiliador y casi salvador, y aguardar a que su llanto emocionado le permitiese expresarse, nos contó que había volado desde la Habana con una “bailarina” de Camagüey que, a todas luces, realmente venía a reunirse con su “enamorado” español.

___ Una “jinetera” que no había terminado de posicionarse aquí y ya me estaba hablando horrores del “cincuentón”.

Igual nos contó, en puros nervios, cómo fue a parar a un deshabitado apartamento, casi prisionera, sin modos ni recursos de comunicarse con alguien, en espera de regresar inmediatamente a Cuba, pues, como le fue develado por el enamorado representante:

___ Tu objetivo era servir de justificación para que dejaran volar a la “bailarina”, y como ya lo cumpliste, puedes regresarte…

Nuestra solidaridad, y mucho más la de nuestro hermano-amigo, tendió brazos a la desesperada coterránea.

Y tanto así que al regresarnos nosotros ella permaneció por allá, se enamoró, se casó y parió. Todo sin dejar de cantar…

Casi 20 años después, en estos finales del 2015, Fulana regresa  a su ciudad natal en plan de concierto. Viene acompañada por una colega artista que, realmente, ni sé cómo se nombra. Vienen a presentarse en nuestro principal Teatro y…

Apenas unas horas antes, igual un mediodía, suena el teléfono de mi casa. Es un trovador de la ciudad que intercede para que le prestemos nuestra guitarra a: ¡Fulana!, (ahí me entero que está ella por acá) “…que la necesitan para su actuación de esta noche…”

Eso y, como diría Silvio, nada más. Ni un amago de: “venga, canten algo con nosotras”. Ni siquiera una invitación a presenciar el espectáculo…

Un espectáculo en el que, estoy casi seguro, se cantará al amor, a la amistad, a los afectos…

En fin, cuando devuelvan la guitarra quizás me cuenten.

 

 

 

 

 

viernes, 20 de noviembre de 2015

Tarareos para Isabella, ...y muchos más.

 

 TARAREOS PARA ISABELLA, …Y MUCHOS MÁS.

¡Ya llegaron a mis manos, a mis oídos y sobre todo a mi corazón los “Tarareos para Isabella” que Augusto Blanca y Rosy Rodríguez CREARON! (Y nótese que con toda intensión, y sin remedio, he escrito “crearon” con las mayúsculas más mayúsculas del mundo)

¡Qué bello disco este!

Bello, fabuloso, sencillo y enorme como un niño.

Amable y simpático como solo saben ser Augusto y Rosy:

Melodiosamente inesperado y profundo tal cualquier trovador verdadero.

Todo lo tiernamente humano que pudiera brotar de una muy humana y tierna madre abuela.

Dicho en buen cubano: ¡qué bárbaro!, pero bárbaro de bueno, de grande, de riquísimo y soplao, claro.

Y tanto que advierto:

Los niños que escuchen este disco nunca más serán los mismos: querrán ser tan niño y niña como este señor Blanca y señora Rodríguez;…y miren que eso es bastante…

Ya uno de mis hijos, el de 15 años, escuchó los “tarareos”. El otro, igual de niño con sus 28, lo hará pronto.

Pero mi agradecimiento mayor a Rosy y Augusto es porque un día sé que lo van a escuchar mis nietos. Y el tiempo no habrá transcurrido; serán los mismos “tarareos”.

Entonces dos cosas para terminar:

Gracias a Dios, a mis hermanos mayores Rosy y Augusto y a mi sobrina Isabella (que ya no tengo que verla para conocerla), a la disquera Colibrí y todos los músicos y técnicos por este REGALO.

Y a los que no lo han escuchado: …ya saben lo que se pierden.

Roberto Novo

 

 

 

domingo, 26 de abril de 2015

EL TROVADOR DE PROVINCIA

Más que magistral conferencia que nos regaló nuestro hermano Jorge Gómez el jueves 23 de abril de 2015, en ocasión de celebrar los primeros 33 años de canciones y guitarras y Los Novo.

 

 

TROVADOR DE PROVINCIA

A mis hermanos Pedro y Roberto Novo, cienfuegueros imprescindibles.

 

Descuelga su guitarra con el mismo desenfado de siempre.

El desayuno no estuvo mal, aunque no fuera como el del Jagua.

Tampoco el sol está demasiado fuerte, de modo que puede elegir entre caminarse el par de kilómetros que lo separan del pequeño escenario improvisado (que lo espera en el almacén de la empresa que acaba de recibir la bandera de vanguardia nacional) o sacar la bicicleta, ya bastante acostumbrada a andarse la ciudad con su ciclista encima, desafiando los numerosos, casi queridos –casi entrañables—baches y ondulaciones que dan un cierto colorido autóctona  las calles de su niñez, de su adolescencia, de su primera y segunda juventud, y esperan alegremente seguirlo acompañando ya entrada la madurez, hasta su lamentable retiro en un año todavía impensable.

Decide caminar, porque al final, un poco de ejerció matutino no está nada mal, y porque la guitarra terciada en su espalda, si bien cuando camina se le ha ido volviendo más pesada con el paso de los años, montado en la bicicleta es verdaderamente más incómoda, sobre todo desde hace poco, cuando prefiere hacerse acompañar de su hijo, que estudia en la escuela de arte algo así como música en serio, y parece estar orgulloso de su papá.

El suyo había sido cantante y maraquero de un trío sin nombre, aunque se ganaba la vida como brasero en el puerto. Él paso su niñez escuchándole sus aventuras artísticas, no por dudosas menos extraordinarias: su vieja amistad con Orestes (“antes de que la orquesta se fuera a la Habana cantando los tamalitos de Olga”); sus mano a mano con Inocente (“al que en la televisión llamaban el Jilguero”); sus serenatas interminables con Bartolo (al que ahora llamaban Benny); sus atardeceres filosóficos con Robertico Espí mirando como viajaban los camaroneros a encender luceros mucho más allá del litoral de su bahía; sus escapadas interprovinciales con Teofilito por los bares de Trinidad, su memorable encuentro con Sindo (la única vez que cantío en la Habana)

Decide caminar. En la primera esquina está la tarja que todos los años es pulida poco antes de que los cojines y ramos de flores posibles le recuerden al paseante que allí, justo en ese punto de la geografía local, se produjo un hecho trascendente, donde posiblemente cayó un poeta, un obrero, un miliciano, o muchos poetas, obreros, milicianos… gente buena para recordar.

Allí está tarja donde, cada año, vuelve a cantar la canción que escribió aquella vez sin que nadie le pidiera escribirla. A veces, en esa fecha, el coro profesional de la ciudad lo acompaña con su versión polifónica, magistral. Hace algunos años, incluso, la grabó en la emisora de radio, y al emisora la envió a algunas emisoras nacional donde, según le han contado, alguna vez ha sido trasmitida. Él supone que debe haber sido alrededor de esa fecha importante.

No siempre ha sido así. Algunas canciones le fueron encargadas.

Tampoco pasó siempre el mismo trabajo. Más allá de algunos c]lugares comunes, fue relativamente simple cantarle al verano (eterno por demás) que tantas diversiones traería sumadas a profundas reflexiones sobre la importancia de ser joven. La paz fue tan simple de cantar como difícil de lograr en un mundo preñado de calamidades que el nuevo siglo estuvo supuesto a conjurar. Más difícil resultó la epopeya del cortador de caña, y casi imposible la tremenda virtud del genio creador de ciertos anticuerpos monoclonales. Pero ha logrado salir airoso de todos los encargos, sin tener que bajar la cabeza cuando alguien le echa en cara ese particular oficio de cronista.

En la otra esquina, siguen vendiendo algunos dulces típicos que él inmortalizó para sus coterráneos en una guaracha muy pegajosa, que no tendría nada que envidiar al manisero de Moisés Simons ni al carbonero de Chappotín. Su estribillo está escrito (pintado) con letras desiguales y brillosas en la pared del quiosco. Tal vez sea ese ego innato del artista, pero, la verdad: ¡ no puede evitar pasar la vista por aquel letrero, ni que los ojos brillen tanto como las propias letras rojas de la pared!

Un poco más adelante, van comenzando a aparecer las desdibujadas lomas cercanas, con sus palmas, algarrobos, flores silvestres y viviendas de materiales sencillos, alcanzables, mágicos. ¡Ahí está! El paisaje que tantas canciones le ha arrancado al inagotable pozo de su ingenio personal, de su lírica, a veces demasiado clásica, repetida y chapada a la antigua, a veces implacablemente moderna, vanguardista, triturando tropos y recombinándolos, dueña de sonidos insospechados y epatantes. El paisaje que lleva su mismo nombre y su apellido, su santo y su seña, sin el cual no existirán los amaneceres ni los relinchos ni las noches estrelladas ni los deseos de bañarse en el río, desnudo como nació… ni la luna estaría esperándolo en los charcos del patio.

Al doblar, encuentra algunos personajes conocidos, hablando y gesticulando en un idioma que no parece español ni cubano. Tampoco es la lengua del enkame, ni la que consagraría las ofrendas de la nganga, ni latín apostólico-romano. Los ha visto nacer y morir. A alguno los ha visto ascender en ciertos cargos importantes, alejarse de los muchos que los quisieron alguna vez, sentirse superiores, intocables, hechos de alguna sustancia especial que los convierte en oráculos y sabedores, y luego chocar contra alguna pared intangible que un buen día los devuelve al polvo del camino. Otros negociaron, han negociado, negocian con sus múltiples necesidades, le cobran lo incobrable, lo han hecho parecer como un bufón cuando, invariablemente, su guitarra suena terca y violenta acompañando su voz a gritos diciendo esas verdades que siempre le han atravesado las partes más blandas del sentimiento, donde están la dignidad, la honradez, los grandes desafíos y los pequeños detalles con que se conforma la Patria. Los mira, y sabe que la canción no va a morir porque debe seguir combatiendo.

De vez en cuando sus canciones han comenzado un vuelo desmesurado. Saltaron de su pedazo de escritorio y aparecieron… en un concurso quizás. Una muchacha con peinado francés, maquillada más de lo necesario, pero bella, deseable, televisiva, con voz de Edith Piaff y Celine Dion, canta sus textos (irreconocibles entre el ostinato de las cuerdas, la excitante grandilocuencia de los metales, el tímpani sobrecogedor y el cambio al tono superior cuando repite el estribillo) En esos casos, y a pesar de tantas recomendaciones en sentido contrario, ha subido a recoger el premio con su desesperante humildad.

También ha deambulado por esos mundos de Dios. Alguien lo mandó a un festival desconocido, a una guerra seguramente justa (pero cruel como todas las guerras), a la toma de posesión de algún presidente amigo, a una misión barrio adentro, corazón adentro, certeza, locura, fidelidad adentro, Lo han aplaudido en todos los idiomas. Vio los rascacielos de Nueva York, pero no puso la cara de “buen salvaje” que esperaban los que lo fotografiaban para algún cortometraje solidario, así que no salió en la postalita.

Lo han invitado a “quedarse” de todas las maneras posibles, pero él no solo sabe despertarse sin esa deuda permanente con lo sueños que lo han perseguido desde que tuvo razón y nombre propio.

Eso sí… compró un ventilador con el que todavía se burla del verano caribeño, una grabadora japonesa hecha en Taiwán, algunas boberías que le pidieron para la fiesta de su sobrina quinceañera, y un marco dorado para poner el retrato en sepia de su padre, con su inseparable sombrero jipijapa y su sonrisa tan enigmática como la de cualquier Gioconda. Él no puede dejar de recordar la canción de CriCri cuando, cada noche, su madre, infelizmenteanciana y achacosa, repite el rito de acercarse al retrato con su marco dorado, decir unas palabras por lo bajo, y persignarse antes de irse a acostar.

Pero, sobre todo, entre una esquina y la otra, entre algunas ya largas ausencias y todas las permanencias, en cualquiera de los bancos de los muchos parques cercanos, en los troncos de tantos árboles milenarios y en la sombra de portales que exigen su impostergable reparación, en oscuridades cómplices (y cómplices escaleras que van a lugares que no pensaba visitar), en la mínima gota de un imposible rocío mañanero… le van apareciendo nombres y voces, rostros de niñas olvidadas, sonrisas que nunca llegaron a ser besos (y besos que tomaron por sorpresa a la sonrisa), temores, sobresaltos, promesas, decepciones, ternura, tablas de salvación en un océano siempre insondable y desconocido, amores eternos que duraron toda una noche, amores eternos que incluso duraron más de una noche, amores eternos que permanecen unidos a su vida, sus recuerdos, su total incapacidad de dejarse vencer, amores eternos que aun esperan por él en todos los rincones, que esperan del poeta su canción desesperada. Está condenado a componerlas. No hay antídoto. Él lo sabe.

Descuelga su guitarra con el mismo desenfado de siempre. Está listo para la pelea.

 

Jorge Gómez

Abril 2015.

 

 

 

 

 

viernes, 13 de marzo de 2015

Mi hermano Pepe es abuelo

Ya mi hermano Pepe Arce es abuelo: ¡José Antonio se llama el chamaco! Me alegro muchísimo, y a la vez medito pausadamente: ahí vamos, perpetuando la especie en un mundo cada vez más falto de tiempo y de afectos.

En esta foto andábamos los finales de los 70, en la Casa de la Nueva Trova de Cienfuegos.

Por entonces casi sobraba el tiempo, y los afectos no tenían precio.

Felicidades mi hermano.

 

 

martes, 13 de enero de 2015

Una ciudad mejor en este 2015

 

Esta frase me trajo a la memoria los versos de mi hermano Roberto.

Qué bueno amanecer aquí en Cienfuegos

Viendo el sol aparecer por la Juanita

Y saber que esta el mar ahí

Qué bueno sentir que la ciudad palpita.

Qué bueno sería ver palpitar sus calles, limpias y en buen estado, las casas bonitas y en armonía con lo cubano y cienfueguero que somos, sin la marginalidad comprando la decencia de mis vecinos, salir de noche y sentirme iluminado por la alegría de mi gente en su paseo del prado, con los cines funcionando, la pizzería, el café cantante y en el Boulevard saborear el deliciosoolor y el glamour criollo  del Restaurant la Verja  escapando tentador por sus ventanas, o al menos ver encendidas las vidrieras de las tiendas para tejer un sueño.

Qué bien irme a dormir tan cotidiano

Feliz de mi almohada y de mí sueño

En mi cama, en mi casa

En mi cubano pedacito de mundo de ser dueño.

¨Pedacito de mundo de ser dueño”…, estoy seguro que en  mi hermano no hay una sola gota de egoísmo o afán de riqueza al decir esto, si, una inmensa entrega y sentido de pertenencia.  Mi padre fue el dueño de la talabartería La Esperanza, hoy la florería que presta servicios a la funeraria de la ciudad, allí en la calle Castillo. Guardo en mi memoria  aquel lugar que con mucho trabajo el fundó y vio crecer a nuestra familia. Las monturas, las botas, los guantes, las polainas; todo lo que tenía que ver con las pieles y los hombres del campo, todo bien organizado en sus estantes, todo ordenado, todo limpio: el piso, el mostrador, solo dos hombres bastaban para lograr  tal empeño, con que orgullo mi padre decía: ¨esta es mi Esperanza¨, y la cuidaba. Luego, un día, llegaron otros dueños, ¨administradores¨y poco a poco la convirtieron en lo que es hoy…….a lo mejor esa no era su esperanza y les falto eso que hoy llaman ¨sentido de pertenencia para querer las cosas¨ por eso digo que para hacer una ciudad mejor, para que la ciudad palpite y nos haga sentir orgullosos de ser cienfuegueros, nosotros los verdaderos dueños de esta esperanza, no podemos sentarnos a esperar que venga un administrador a decir que hacer o a cambiarla. Para hacer una ciudad mejor, nos toca a todos “hacer”; nos toca a todos amarla.

P. Novo