viernes, 15 de noviembre de 2013

LA VERGÜENZA DUELE


Obra de Camilo Díaz de Villalvilla



Me resulta singular y alarmante que cada vez que se echa mano a un tema donde valores como la vergüenza, la decencia, el honor o los principios son protagonistas, resulta necesario y casi obligado localizar y medir la magnitud y fortaleza de tales valores en virtud y relación a tiempos pasados.
Sobran anécdotas ejemplares de abuelos. Nos conmueven y enorgullecen páginas de pura vergüenza escritas por patriotas de antaño.
Pero también por estos días hay humanos con vergüenza, con mucha vergüenza.
Quiero contar algo.

Hace unos años estábamos en un camerino del cienfueguero teatro Tomás Terry, casi a punto de salir a escena, y se me ocurrió decir:
-      Con las veces que he estado en ese escenario, lo sencilla que es esta actuación y sin embargo me siento nervioso…
Y entonces me dijo aquella experimentada, querida y famosa artista presente:
-      ¡Ay muchacho, preocúpate el día que no te sientas nervioso, porque ese día serás un artista sin vergüenza!
Conclusión:
Quien no lleve consigo la vergüenza a la hora de realizar su trabajo difícilmente logrará realizar el mismo como debe ser.
Quizás muchas labores u ocupaciones laborales no estén signadas por una razón de vida o muerte. No todos somos médicos o bomberos rescatistas. Pero me pongo a pensar que debería dolerle la vergüenza, y mucho, a todo aquel que hace de su profesión, aun cuando no pese de ella la salvación de una vida, un negocio, un fraude, una mentira, una “candonga”…
El respeto hacia los demás es hijo directo de la vergüenza. Cuando una escasea el otro no existe.
Tengo la leve pero inquietante sospecha de que, con tanta velocidad cotidiana, la ausencia de vergüenzas y respetos se enmascara sutil y oportuna por doquier.
De poco vale la comunicación y el entendimiento, ya sea en un breve encuentro inesperado o en el plenario del congreso más grandioso, si desvergonzadamente se echa mano a la mentira irrespetuosa con tal de hacer que todo parezca una maravilla.
Y debe doler, digo yo…
Aunque a veces dudo, dudo que el dolor, en su papel de alarma y aviso, tenga espacio entre los sentidos (que no sentimientos) de quien vaya y venga por la vida sin vergüenza.

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