Un buen día se nos apareció con el laúd en ristre,
nerviosamente niño y lleno de ganas de hacer música. Tan lleno que en los
primeros ensayos debíamos detenerlo a cada momento; quería poner más notas que
todas las posibles a colocar dentro de un compás terrestre. Aspiraba a
impresionarnos con torrentes de música fabricados por unas manos que tenían
todas las condiciones del mundo para andar a altas velocidades entre los trastes
del laúd.
- Carlitín - le dijimos, dale suave porque andas corriendo
sin saber a dónde vas.
Entonces sí nos sorprendió con una decisión de grandes:
“Pónganme en contacto con Barbarito Torres que yo lo convenzo para que me de
clases”.
Y allá se iba cada mes por la “ochovía” para que el
“bárbaro” de Barbarito le enseñara
secretos de un instrumento que ya nadie duda guajiramente cubano.
Y aprendió algo que no se estudia en ninguna escuela de
músicas: cada pedacito de sonido tiene un, y solo un, espacio lógico, agradable
y exacto dentro de todos los silencios de una canción…
Lo demás es música por gusto, como diría el gran Dagoberto
Quesada.
Carlitín ya no “toca” con Los Novo, o sí, pero de vez en
vez, porque además lo hace con muchas otras agrupaciones y artistas de aquí y
de allá.
Y nosotros felices porque de alguna manera nos tocó darle el
primer impulso. Ahí sigue siendo otro de nuestros sobrinos.