jueves, 22 de agosto de 2013

LOS RIESGOS DE HACER LAS COSAS BIEN




Ya otras veces he contado que esa frase; “hacer las cosas bien”, fue el mejor y casi único consejo que mi padre, desde su ancestral parquedad peninsular, me diera una y otra vez, poniendo siempre en aprietos mis muchos instintos y deseos de “hacer las cosas mal”.
¿Cómo subyugar o disciplinar, al amparo del significado de solo 4 palabras, todo el torrente de venturas y desventuras que todo muchacho, majadero como era yo, tenía por delante?
Conclusiones: Hice muchísimas cosas malas. Pero muchísimas.
Perdón viejo…, me pregunto incontables veces cuáles no repetiría, si fuera el caso.
Me creo que a la altura del medio siglo de vida que calzo ya estoy libre de pecados; es verdad que ahora hay menos pifias, pero, humano al fin, igual tropiezo. Bastante.
Mas créanme que me esmero, pongo mucho ánimo en no  equivocarme, en realizar correctamente mi labor, en decidir con sensatez y justeza, en fin: en actuar lógica y sesudamente, y hacer las cosas bien.
El problema es cuando, haciendo las cosas bien, entro, me sumerjo, respiro, habito el reino de una o más persona que “funcionan” haciendo las cosas mal. Díganse: empedernidos burócratas, oportunistas funcionarios de moda, neurálgicos irresponsables, o mucho peor: personas llenas de apatía, de tristezas, de miedos o, más peor aún, de iras y enconos.
Ellos te ponen un freno enorme, una barrera de justificaciones, una montaña de pretextos. Da verdadera lástima cuando se trata de gente joven pues casi siempre se les puede descubrir mucho mar ojos adentro.
Cuando haces las cosas bien el corrupto no te llama a sus banquetes ni a sus negocios  y el mediocre mucho menos. Ellos necesitan que el mundo gire al revés.
De cualquier forma no cejo: quién sabe si a pesar de todo, quizás algo tarde, logre complacer a mi viejo.

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