¿Cómo subyugar o disciplinar, al amparo del
significado de solo 4 palabras, todo el torrente de venturas y desventuras que
todo muchacho, majadero como era yo, tenía por delante?
Conclusiones: Hice muchísimas cosas malas.
Pero muchísimas.
Perdón viejo…, me pregunto incontables
veces cuáles no repetiría, si fuera el caso.
Me creo que a la altura del medio siglo de
vida que calzo ya estoy libre de pecados; es verdad que ahora hay menos pifias,
pero, humano al fin, igual tropiezo. Bastante.
Mas créanme que me esmero, pongo mucho ánimo
en no equivocarme, en realizar correctamente mi labor, en decidir con sensatez
y justeza, en fin: en actuar lógica y sesudamente, y hacer las cosas bien.
El problema es cuando, haciendo las cosas
bien, entro, me sumerjo, respiro, habito el reino de una o más persona que
“funcionan” haciendo las cosas mal. Díganse: empedernidos
burócratas, oportunistas funcionarios de moda, neurálgicos irresponsables, o mucho
peor: personas llenas de apatía, de tristezas, de miedos o, más peor aún, de
iras y enconos.
Ellos te ponen un freno enorme, una barrera
de justificaciones, una montaña de pretextos. Da verdadera lástima cuando se
trata de gente joven pues casi siempre se les puede descubrir mucho mar ojos
adentro.
Cuando haces las cosas bien el corrupto no te
llama a sus banquetes ni a sus negocios y el mediocre mucho menos. Ellos
necesitan que el mundo gire al revés.
De cualquier forma no cejo: quién sabe si a
pesar de todo, quizás algo tarde, logre complacer a mi viejo.
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