Obra: “El príncipe Iván”, del autor Alain Martínez |
El primero me lo “cantaron” el pasado
miércoles 20 de noviembre, en el acogedor patio de la casona sede del Fondo
Cubano de Bienes Culturales en Cienfuegos, durante la inauguración de una muy interesante
exposición de obras de Camilo, Alain, Rolando, Copperi y Juan Carlos, todos
excelentes artistas plásticos de por acá.
Llegué al suceso vespertino justamente cuando
el joven trovador Nelson Valdés comenzaba a cantar acompañado de su guitarra, y
de inmediato descubrí el “Niágara en bicicleta” que, aparentemente impasible,
atravesaba.
Y es que el patio, aunque lo llenaban fundamentalmente
humanos muy vinculados a la cultura,
(cuando no en su mayoría artistas como tal), era una especie de “salón de
conversaciones”; voces y más voces al libre y mal educado albedrío, y a tan
excelsos niveles por momentos, que la canción de Nelson se perdía silenciada sin
remedios.
Un primer “estray” que no terminó en el
trovador, pues luego se presentó una cantante invitada especial al evento, a la
que no salvó ni siquiera la cortesía y civilidad que nos distingue (¿distinguía?)
a los cubanos cuando de comportarse ante foráneos se trata: la poca atención
que se le brindó fue más por curiosidad musical, cuando la artista interpretó
singulares temas de aquella Unión Soviética de otros días, que por otra cosa.
Y yo digo: ¿no fueron invitados Nelson y la
artista rusa para que entregaran su
arte? Y si fue así, ¿por qué no se les prestó atención? ¿Sería, acaso, que se
les invitó para amenizar con su música las conversaciones de los presentes? Si
así fue, opino y aconsejo, será mejor para la próxima traer un CD de los
artistas, amplificarlo y sentarse a conversar al margen, mientras cada cual
asume su mejor y más artística pose de miércoles por la tarde.
Voy al segundo “estray”.
En la noche del sábado 23, alguien, diez
minutos antes del suceso, me advirtió que Ariel Barreiros, otro joven y muy chévere
trovador de Aguada de Pasajeros, ofrecería un concierto en el Prado, junto a la
estatua de Benny Moré.
Allá me fui feliz y dispuesto pues disfruto
muchísimo de las canciones de Ariel. Y en efecto, allí estaba “la cosa” casi
lista, es decir, el concierto armado, a punto de comenzar, (faltaba una línea para
amplificar la guitarra que el solidario colega Rolito agenció) y entonces, ya
con la línea, arrancó Ariel…
Casi fui feliz.
(Escuché 4 o 5 temas y tuve que irme a
cumplir responsabilidades de padre preocupado por su hijo que anda dando el
salto de adolescente a joven en las noches sabatinas de la ciudad)
Y me fui con deseos de haber escuchado
“Niña”, esa canción de Ariel que todos queremos haber soñado y escrito, y con
muchos más apetitos de que, en el próximo concierto, alguien coloque un par de
paños de plataforma para que el artista distinga su estatura de los muchos
otros “artistas” ciudadanos que pasan a su lado como si allí no estuviera
sucediendo absolutamente nada; que emplacen alguna luz, una mínima luz, (como
diría el poeta), para verle las manos y la boca al artista, y ya que traen la
mínima luz, y ya que lo vamos a ver, ¡ESCUCHÉMOSLO!, y luego, después del
aplauso final, continuemos cada cual nuestra respectiva y trivial conversación de sábado por la noche, (o de
miércoles por la tarde, que a fin de cuentas la buena educación no tiene plan
de trabajo)
Hasta aquí el segundo “estray”.
PD.
·
Me
preocupa que estén al pocharme, porque hoy mismo, donde quiera, puede aparecer
el tercer “estray”.
·
La
idea es magnífica, la de que trovadores como Nelson y Arielito, y hasta la
amiga rusa, canten en eventos de este tipo. Así, en estray, ¡qué bien!; con
plataforma, luces y atención de los presentes, mucho mejor.
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