La censura, (esa acción de limitar, prohibir, evitar o suspender del
conocimiento público o ajeno aquello que atenta o va en contra de ¨lo establecido¨ por las leyes y normas de
la sociedad), no siempre logra el buen propósito por cuanto depende del momento
y las circunstancias, y además de los intereses de quienes tienen la difícil misión de aplicarla, sumando a fin de cuentas la
amarga y dura experiencia, en algunas ocasiones, de quienes la reciben.
Pero no se asusten, no pretendo hacer un análisis profundo del tema ni
mucho menos, solo contarles algunas experiencias que sostienen este criterio y
que quizás recuerden a muchos incidentes
similares.
Hace algunos días observaba en la televisión un programa musical de
corte retro junto a mi hija Gabriela; ¡qué alegría cuando anunciaron al grupo
norteamericano “Aguas Claras”, uno de mis favoritos en los años 70! Y qué
sorpresa para mi hija cuando le confesé que era la primera vez que los veía en
la tele. Fue difícil de entender, sin embargo más espinoso fue explicarle por qué
los jóvenes cubanos de aquel entonces no podíamos ver a los artistas que
preferíamos y conocíamos de forma clandestina por las emisoras extranjeras. Sencillamente
alguien en aquel tiempo entendió que tal hecho era nocivo y peligroso… (Luego
la vida ha demostrado lo contrario).
Recordé cuando en aquellos mismos 70’, siendo yo estudiante de la
Universidad Central de Las Villas, en Santa Clara, un funcionario de la UJC,
incansable organizador del recién
fundado Movimiento de la Nueva Trova del cual era yo miembro, me presionaba a
definirme como santaclareño o cienfueguero, (una vieja rencilla
territorial de vecinos de siempre), y ante mi indiferencia en el tema,
tomó medidas: de pronto me encontré en un listado junto a los artistas que por
entonces fueron censurados a tenor de su participación en el Festival Viña del
Mar de Chile, recién acontecido el golpe de estado. Entre aquellos artistas purgados
se encontraban José Feliciano, Julio Iglesias y Camilo Sesto, y, muy
extrañamente, un tal Pedro Novo. Luego, cuando bajó la marea, nos cansamos de
escuchar a aquellos y muchos otros en la radio y la tele, y yo regresé con mi
música a la “W”, emisora provincial de Santa Clara.
Por fortuna la censura a veces tiene sus lados buenos, porque también
nos libra de cosas dañinas y de los excesos del actual mundo de las comunicaciones,
esos que complacen morbosos y sórdidos gustos de muchas infelices personas o de
seudoartistas que pregonan y alaban la
marginalidad y el desorden. Cabe preguntarse teniendo en cuenta esto: ¿pobre de esos censores que en el nombre del bien asumen
la cuestionada tarea?, ¿pobre de mí que
decidí censurar en mi familia y entorno
la violencia, el desamor, el egoísmo y la marginalidad tan de modas en
estos tiempos?
Gracias oportuna censura que nos libras de tales males.
Nota: Espero que este comentario no moleste a alguien y sea censurado.
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