lunes, 15 de septiembre de 2014

VIAJAR




En Cuba, hace unos años, la noticia de viajar era un secreto tan secreto como la edad de Rosita Fornés o los horarios de salida y llegada del tren lechero.
Ya no. Ya el anuncio de viajar casi parece una gracia,
y en cualquier momento hasta se hacen programas de radio, o de televisión, donde se anuncien las próximas salidas de los viajes. Por ejemplo:
“Chicho el de Pueblo Grifo anuncia su viaje a España el próximo martes”. O también: “Yumisismari y Marisisyusi viajarán a tierras de sus respectivos futuros esposos el jueves en la tarde…”
Dicen los que saben que viajar es bueno, es decir, que es saludable, amén de lo instructivo, didáctico y entretenido que pueda resultar.
Hay quien tiene la suerte de pregonar: Este fin de año me voy a Cancún. Ese puede ser un artesano, o un barman, o uno de esos muchachones que “trabajan” por ahí, por la zona del “Rápido”, en el bulevar…
También pudiera ser alguien que diga: ¡Ah, cará, estas vacaciones me coinciden con esa dichosa reunión en París! Esto, la mayoría de las veces, lo dicen señores y señoras más conocidos como funcionarios.
Hasta aquí no hay mucho de qué preocuparse. Al que Dios se lo dio, “Cubana de aviación” se lo bendiga.
El problema es otro. El problema es cuando alguien se te para enfrente y te dice: Me voy. Y te lo dice sabiendo que tú sabes que la cosa es como un jonrón de noveno inning; que se va, y se va, y se fue.
Porque a partir de entonces ese alguien deja de estar en la cercana inmediatez cotidiana y se nos convierte en una dirección de correo electrónico, en una existencia más allá del mar, en un recuerdo, en una nostalgia.
La palabra viajar debería seguir siendo el anuncio de algo bueno, es decir, saludable, instructivo, didáctico y entretenido. Pero también debería ser no más el 50 % de un todo donde no faltara, con o sin anuncios, la consecución práctica de la palabra volver.

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