MI MAESTRA ELISA MARTÍNEZ
Lo confieso: no tuve absolutamente ningún interés en asistir a la escuela, (a ninguna escuela), hasta que en la primaria “José Antonio Saco” llegué al 5to grado y descubrí que era posible tener una maestra como Elisa Martínez.
Igual, quizás no descubrí yo nada, y fue ella, con su paciencia, su sabiduría y su cariñosa pedagogía, quien me supo “diferente” a todos aquellos otros muchachos que no me lo explico aún cómo lograban estarse quietos en su asiento por más de 10 minutos.
La maestra Elisa no era, como se dice, una “mansa paloma”. Todo lo contrario. Imponía un respeto grande, pero era un respeto confiable, lógico, amable, sincero…
Nunca aplaudió más o menos a este o aquel alumno por razones que no fueran las estrictamente relacionadas con la clase. No recuerdo que alguna vez me preguntara, como sí lo hacían con voz marcial otros maestros, si yo asistía a la iglesia o, peor, si creía en Dios. Hoy sé que eso era difícil responderlo porque ni con el catecismo de Rosa Graciela Pérez podía un niño de 8 o 9 años explicar a una maestra qué cosa era creer en Dios.
Elisa no tenía que preguntar cosas así porque ella sí sabía qué era creer en Dios.
En una visita que hicimos Los Novo a Miami, hace unos años, reunimos a muchísimos cienfuegueros en una terraza familiar y cantamos casi dos horas. ¡Qué bueno fue tener ese día a mi maestra Elisa allí; tan cerquita y feliz que, tras cada aplauso de canción, podía yo verme en el brillo emocionado de sus ojos, tan chiquito y jodedor como en aquellos días de sus paciencias!
Y cuando terminamos, y nos despedimos en la puerta, disfruté más su contentura y satisfacción por el beso tranquilo que con mucho buen orgullo me dejó, mientras decía - ¡gracias por todas esas canciones!
Y lo dijo como si me lo agradeciera Dios, como si revisara otra vez mi tarea, como si estuviéramos, ella y yo, en aquella aula de 5to grado de una vez.
Así de sencillo; como estaremos siempre.
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