Aparentemente,
solo aparentemente, es algo que muchas veces no se ve, no se toca, no
se huele ni nos regala sabor. Es una “cosa” que, sin embargo, ES
porque ES; que uno puede incidir o interactuar con ella, pero nadie,
ni el más poderoso de los poderosos, puede suprimir o extirpar, y
mucho menos inventar de la nada.
Es
algo casi siempre muy difícil de explicar.
Es,
en el mejor y más sublime y digno de los casos, uno mismo.
Es
LA CULTURA.
Es
la idiosincrasia, es la manera de hablar y andar, de reír y llorar,
de soñar y trabajar, de acertar o equivocarse.
Pobre
de los que crean que solamente se trata de un danzón o un chachachá,
de un machete y un poema, de una plaza de ciudad o una montaña. Más
pobre aun del que intente asemejarla a una feria de malos gustos o un
lamentable reguetón.
La
cultura de un país es él mismo: es el país y, por tanto, todos los
que en él apostamos por fundar y crear. (Nótese que me incluyo).
La
cultura no es el ilustre y conocido pollo del arroz con pollo cubano.
La cultura es más: es la madre del pollo.
Sin
ella no hay pollo ni hay arroz, ni sabor ni color ni aromas, sin ella
no somos, sin ella no hay nada.
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