Cuesta creerlo.
Cuesta saber que no
exista una Casa de la Trova en la ciudad de Eusebio Delfín, de Marcelino
Guerra, de Rafael Ortiz, de Adolfina Lazo y Manolo Acevedo, de Octavio Machado
y Felito Molina… ¡de Benny Moré!
Tuvimos una Casa.
Fue la segunda en inaugurarse en el país y en ella hicimos trova durante muchos
años para suerte de jóvenes, y no tan jóvenes, que aún hoy añoran aquellos
días.
La Casa de la Trova
(que casi nadie nombraba Casa de la Nueva
Trova) fue una importantísima institución de la cultura cienfueguera. Por allí
pasaron innumerables trovadores y artistas cubanos y foráneos. En ella Los Novo
tuvimos una imprescindible escuela artística. Allí aprendimos a “trovar”.
Y un buen día, o más
bien un mal día a fin de cuentas, la casa pasó a ser la sede de la recién
nacida Asociación Hermanos Saiz, que luego, en uno de sus vaivenes, la permutó
con la gerencia de ARTEX.
Alguien entendió y
decidió que Cienfuegos no necesitaba una Casa de la Trova, y otro alguien lo ha
seguido entendiendo y decidiendo muy a pesar de que hoy mismo la trova goza de
buenísima salud en la ciudad y un poco más allá; ahí está aún trovando Lázaro García,
fundador del Movimiento de la Nueva Trova junto a Silvio, Pablo, Noel y
Vicente. Y al otro extremo están Nelson Valdés, Sadiel, Rolito, Juan Manuel, el
Dúo Kre-2 y muchos más.
Y estamos nosotros,
Los Novo.
Pero no hay Casa. Y
cuesta creerlo.
Aunque cuando se
pasa revista, cuando se resume o se intenta ver un poco más profundo,
descubrimos que no solo mi querida trova sufre de tal desamparo. Muchas
instituciones culturales viven su peor momento existencial y conceptual.
Algunas han desaparecido y otras subsisten al amparo de puros milagros, por no
decir de puros “globos” inflados, con tal que sus departamentos rectores allá
en la capital tengan contenido de trabajo. Ahí se debaten y “entretienen”,
ambos, intentando hacer creer que su utilidad y razón de ser sigue intacta, en medio
del tedio de una vorágine de planes de trabajo, proyectos y “actividades
culturales” a cumplir desde una programación insípida y necia.
El cine, como en
casi todo el país, ha naufragado en mares sin regreso. Encima del huracán
tecnológico que lo condena al traernos el último film hasta el “pantalla plana”
doméstico, se permite la venta donde quiera y al libre albedrío de lo mismo
clásicos y estrenos del séptimo arte que ácidos clip del reguetón de turno. Parece
que a nadie, acá en Cienfuegos, le ha parecido correcta y útil la idea de
acondicionar como debe ser el cine-teatro Luisa, de hacer de esta sala un lugar
confortable y preparado técnicamente para la realización de disímiles
espectáculos, sin dejar por ello de proyectar audiovisuales. Y no me vengan a
decir que han faltado presupuestos. Probado está con creces que cuando se
quiere, se puede. Todo está en que “el que quiera” “pueda”. El Piano-bar de la
calle Santa Cruz agoniza. El Café cantante de la céntrica esquina de Prado y
San Fernando amenaza con pasar a ser una tienda mayorista (como si en la ciudad
no existiera otro lugar para tal empeño), aun cuando se continúa abogando por
“reanimar” la cultura y es el precisamente el Bulevar uno de los puntos
neurálgicos de ese propósito.
Los centros
nocturnos que mejor salud exhiben no abren sus puertas para el médico, el
maestro o la licenciada, mucho menos para el obrero de a pie y muchísimo
“requetemenos” para quien pretenda buscar un poco de buen arte y espiritualidad
para acompañar su cerveza o su mojito. Todos sabemos quién es el público fijo de
tales centros nocturnos y cómo hacen para poder asistir casi diariamente sin
que cunda el pánico en sus “misteriosos” bolsillos.
Realmente no tengo
toda la información, todo el “parte de guerra” para saber las bajas de los
últimos combates, pero me atrevo a asegurar que hay que lamentar bastante.
Muchos heridos; incontables muertos…
Tal vez se le pueda
preguntar por estas razones a las personas que hasta hace unas semanas tuvieron
la responsabilidad de dirigir la cultura del territorio o a los cuadros y
ejecutivos que cumplían igual rol en el Centro de la Música, principal
institución relacionada con los espectáculos del territorio, hombres y mujeres
que tampoco permanecen allí gracias a sus “maravillosos” desempeños.
Los nuevos directivos,
olorosos a papel de estreno, apenas pueden responder; el pasado le es demasiado
ajeno ante lo empinado y oscuro del camino que se les impone transitar.
No en balde cada
nueva reunión de artistas (como la recién celebrada Asamblea de la UNEAC) se torna verdadero rosario de
quejas y alarmadas preocupaciones.
Un párrafo (que bien
conozco) del informe que nos leyó el Presidente de la UNEAC el pasado 30 de
octubre, decía más o menos: tráigase aquí
cualquier informe o acta de pasadas reuniones y parecerá haber sido escrito
este mismo amanecer.
Estoy muy seguro de
que hay muchísimos funcionarios y jefes de todas las categorías, (que son en
gran medida los responsables principales de esta dramática película), que se
empeñan en vivir y respirar aires de “períodos especiales”, con la
correspondiente dosis de mediocridad y ceguera espiritual y cuando se les
aprieta un poco confiesan muy sutilmente que la culpa es del Totí, es decir,
del sistema.
Tienen el tal
“período” insertado en sus “prodigiosas” cabecitas.
Por eso en gran
medida, a pesar de que Cienfuegos ha tenido siempre un valioso y sólido
movimiento de trovadores, nunca hemos podido reabrir el candado gigante y
tozudo que cerró las puertas de aquella Casa en la que tanto buen arte se
hacía.
Y lo peor es que no
estoy diciendo casi nada nuevo.
Solo he querido decir
que la Trova cienfueguera sigue sin Casa.